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El hombre gris



El colectivo transita por la empedrada avenida Perón, son apenas las nueve y diez de la mañana y el trafico así lo demuestra, Buenos Aires esta despierta, todo el mundo parece ir en la misma dirección, por esta vía que es de solo una mano y se parece más a un embudo gigante que a una calle. El vehículo va casi completo de pasajeros, muchos de ellos van de pie, tratando de tomarse de cualquier lado con tal de no terminar en el piso. En el último asiento individual viaja Eduardo, flaco, alto, pelo ni corto ni largo, ahí, en esa medida que lo deja en el umbral de lo social y lo antisocial, y  lentes para combatir el astigmatismo que le dan cierto aire de intelectual. Con apenas veinte años y con más dudas que certezas, se ha decidido a buscar empleo y a estudiar de noche. No es fácil, él lo sabe, no solo porque sus padres se lo hacen saber todo el tiempo, sino porque con encender la televisión y sintonizar el canal de las noticias alcanza. Argentina vive de crisis en crisis, la historia así lo demuestra y con su corta vida también ha tenido tiempo de descubrirlo por sí solo. Mientras busca en el diario la sección de los clasificados, en donde tiene la esperanza de encontrar algún aviso de un posible trabajo, sintoniza su radio preferida y se coloca los auriculares; en tanto trata de descubrir por la ventanilla un tanto empañada, en que parte del recorrido transita en ese momento, descubriendo como el paisaje se sucede, árbol tras árbol, poste tras poste, semáforos y gente subiendo y bajando del colectivo. Hace frio, el invierno comenzó hace poco y julio transcurre por el día veintiuno, los abrigos se escaparon de los roperos y ahora complican el andar de la gente, haciendo todo más lento, semejante a astronautas en el espacio.

— ¡Un pasito para atrás por favor, qué en el fondo hay lugar!— dice en voz lo suficientemente alta el chofer del colectivo, como para que todos los pasajeros lo escuchen claramente.

 Eduardo mira su reloj y calcula que en treinta minutos estará llegando a Saavedra, allí tiene pensado ubicarse en algún bar y mientras toma un café con leche y dos medialunas, marcar con una lapicera los posibles sitios para dejar su hoja de vida. Dos hombres que viajan de pie junto a su asiento, llaman su atención, uno de ellos se saca los guantes, se estira un poco y pasa sus dedos por el vidrio de la ventanilla, en un intento de desempañar las imágenes del exterior que llegan borrosas. Eduardo baja el volumen de la música, no sabe bien porque pero quiere escuchar la conversación.

—Mira Héctor, ves ahí hay uno, pero en esa época estaban pegados en casi todos los arboles a lo largo de todo el trayecto de esta avenida, todavía quedan algunos, tene en cuenta que ya pasaron cuatro años, pero la frase, la idea aún persiste. Aunque algunos dicen que falleció a fines del dos mil diez.

—Pero ¿Alguien lo vio alguna vez? — responde el fulano llamado Héctor que es un tanto más bajo y un poco gordito, mientras hace un esfuerzo por lograr ver lo que su amigo le indica.

—Te vas a reír, pero el tipo tenía una página en Facebook e incluso subió videos en YouTube “El hombre gris te saluda” Después te muestro los videos, vamos que ya tenemos que bajar.

Los dos hombres desaparecen y entonces Eduardo vuelve a mirar hacia afuera, esta vez no es para saber en qué parte del recorrido se encuentra el colectivo, no. Sus ojos recorren los árboles que como vigías naturales acordonan todo el largo de la avenida, entonces por primera vez centra su atención en un cartel de papel, pegado en uno de los tantos árboles, todavía legible, pero medio descolorido y un tanto amarillento por los efectos del sol y de quien sabe cuántas lluvias. Hecho a mano, escrito con un marcador que se adivina de color negro y en la parte inferior la bandera Argentina “El hombre G.R.I.S saluda al pueblo” Eduardo baja del colectivo en Saavedra, ensimismado en sus pensamientos, pero no ingresa al bar a desayunar como lo tenía pensado y entra en un cibercafé, de los pocos que quedan en la ciudad, según sus cálculos, dado que la llegada del internet a los hogares acabo con este tipo de lugares, aunque algunos sobreviven y este era uno de ellos. Consigue una maquina fácilmente, ya no es como antes, recuerda haber esperado más de una hora para poder utilizar una por unos cuantos minutos. Mientras busca en la web al hombre gris, la mujer dueña del sitio le sirve un café. En apenas unos segundos aparece en YouTube la imagen de un escenario montado precariamente y otra vez los carteles confeccionados a mano, sumado a esto, se escucha música de fondo, que Eduardo reconoce como una canción que a su madre le gusta mucho, de un tal John Secada; recuerda haberle regalado un cd de ese cantante en su último cumpleaños. De pronto aparece un hombre en escena, de algo más de cuarenta años, pelo largo suelto, vestido con una camiseta blanca y jeans gastados, dice ser el hombre gris.

— Es la lucha de un solo ser humano que hace ya ocho años que con esperanza y fe sigue adelante en algo que es un derecho, pero que hasta hoy es un sueño. No existe en el mundo, ni en su historia, hombres y mujeres que impulsen una idea política de las características de Gris. Soy un hombre solo, no tengo un aparato político detrás, todos me preguntan en la calle ¿Quién es el hombre gris? ¡No se dan cuenta! Esta es la oportunidad, el pueblo es quien decide.

Eduardo no da crédito a lo que ve y tampoco a lo que escucha; son varios los videos que ha subido, todos son del dos mil diez y hace mención a un documento que publico en Facebook. Ingresa en la red social y busca la página, y allí donde la mayoría de las personas coloca sus fotos, el hombre gris ha subido las imágenes de lo que parece ser una especie de procedimiento, Eduardo amplia la imagen, tratando de leer el contenido donde la idea central, parece ser la creación de un individuo supuestamente gris. Son cinco hojas, las imprime a todas.
 El tiempo se dispara en su reloj y luego de tres horas de encierro sale del lugar en busca de una tienda de artículos de librería y una feria donde comprar algo de ropa usada, compra las cosas con el dinero que le dio su padre para todo el mes, seguro de un éxito cercano, regresa a su casa casi tocando la noche. Sus padre recién llegado del trabajo sumido en su taza de café y mirando el noticiero de la hora que fuera, apenas lo ve, le murmura una especie de saludo de bienvenida.

—Parece que te tomaste el asunto en serio, ponete algo más cómodo y acércate a tomar algo caliente antes de la cena, así nos contas como te fue.

—Ahora después les cuento a los dos —dice Eduardo mientras se pierde raudamente en su habitación.

Llega la hora de la cena y por más que Carlos y Marta llaman a su hijo más de una vez, este dice estar ocupado. Y la cena transcurre con solo dos comensales a la mesa.
El padre de Eduardo tiene una pequeña ferretería en la parte céntrica de la ciudad, su esposa es directora de un viejo colegio de primaria y él la acerca hasta su trabajo todas las mañanas en su auto, antes de dirigirse a su negocio. Al día siguiente, cuando el reloj marca apenas las siete y media de la mañana,  Carlos inicia su recorrido habitual, deja a su esposa en la puerta de la escuela y recoge el diario del kiosco de Julio que lo espera atento como todas las mañanas.

— ¡Buen día Eduardo!

— Hola Julio, después pasa por la ferretería así te pago y de paso charlamos un rato.

— No hay problema —le alcanza el periódico por la ventanilla baja y se acerca un poco más, como si estuviera por decirle un secreto al oído — parece que volvió el loco, hoy a la madrugada me pareció verlo, aunque no estoy seguro si era él, porque llevaba puesto un saco largo, casi hasta los pies, además de un sombrero; las pocas veces que lo vi, no estaba vestido así, pero parece que cambio de look — Carlos lo observa un poco sorprendido, casi sin entender las palabras de aquel hombre, asiente con un gesto de la cabeza y levanta la mano abierta, como un gesto de saludo, que Julio responde, mientras el auto se aleja y se detiene un par de metros más adelante, justo en la puerta de la ferretería.

Carlos abre a horario y  mientras desayuna con unos mates y  hojea en el diario las principales noticias, el primer cliente que ingresa al local es Antonio, uno de los más antiguos que tiene y que por más que no necesite nada, siempre se da una vuelta y pasa a saludar y charlar un rato.

— ¡Buen día Carlos!

— ¡Buen día Antonio! ¿Cómo anda?

— Bien, mirando la nueva decoración del barrio, parece que el loco no estaba tan muerto al final. 

Cuando pueda salga un rato y fíjese lo que le digo, hasta luego.
Carlos sale tras los pasos del viejo y lo ve marcharse con su paso lento, el diario debajo de su brazo y la bolsa de la panadería colgando de la otra mano. Hay viento, se sube el cierre de la campera y entonces su mirada se detiene en los detalles y ve los troncos de los árboles. Allí están de nuevo los mensajes y el saludo del hombre que nadie ve, pero que todo el mundo parece conocer. El hombre gris ha vuelto y saluda otra vez al pueblo….


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