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La mentira




El dueño de la ferretería coloca el tacho de 10 litros sobre el mostrador, que parece ceder ante su peso, pero nada extraño sucede, Héctor  saca de la billetera $300.
— ¿Cuánto es? — pregunta.
— A ver, dos brochas grandes, enduido, fijador y la pintura. Serian…. — Héctor escucha el golpeteo de los dedos sobre el teclado de la calculadora, traga saliva— Seiscientos cincuenta pesitos, seria todo.
— ¡Tanto! No puede ser ¿Cuánto sale la pintura?
— $500
— No, es mucho ¿No tiene otra? — El tipo se baja un poco los lentes, los apoya casi en el extremo de su nariz y lo mira por sobre los grandes vidrios, como si estuviera por decir algo demasiado importante — Mire señor, esta pintura es de primera calidad, además le voy a ser sincero, la traigo por pedido, tengo un cliente que es pintor y como todavía no la paso a buscar, se la doy a usted ¡Y al mismo precio que a él! Tenga en cuenta que a este tipo le hago precio especial ¡Con lo que me compra!
— Es para pintar el frente de casa nomas, tampoco es un frente tan importante. Un amigo me prestó unos andamios y tengo que hacerlo mañana sin falta, espero no llueva.
— Quédese tranquilo que hasta el lunes no llueve y con esta pintura se olvida fácil por tres años de volver a pintar. Es un regalo $166 por año ¡No se va a arrepentir! Cualquier cosita me viene a ver, el domingo abro hasta el mediodía.
Héctor saca de su billetera el dinero restante y paga los $650, no le gusta hacerle perder el tiempo a la gente y piensa que después de todo, no volver a pintar por  tres años no es una mala inversión, odia las alturas y estar haciendo equilibrio sobre un andamio no es una emoción que le quite el sueño. 
Cuando sale de la ferretería recuerda  que debe de pagarle a Antonio el diario que todos los domingos recibe en su casa, siempre le paga por adelantado el mes completo $72.
— Buenas tardes ¿Cómo anda Antonio? Aprovechando que vine a comprar algunas cositas, le dejo lo de este mes como siempre.
—Espere un poquito, no se vaya — Héctor lo aguarda, mientras observa como el viejo revuelve entre las revistas, debe estar buscando algún obsequio que no me entrego con algún diario piensa — ¡Acá esta, ya me parecía! — reaparece en escena con un cuaderno con mil anotaciones garabateadas en lapicera, incluso hasta fuera de los márgenes, en una se puede adivinar el apellido López $72   — Me debe lo del mes pasado, serian $144 en total.
 —No, no puede ser, si me acuerdo perfectamente cuando se lo pague Antonio, vine a comprar a la carnicería con mi yerno y él  compro un ejemplar de la revista El Grafico que le había quedado del mundial. 
— El cuaderno no se equivoca y acá dice López debe $72 ¿Usted es López verdad?
— Si y estoy seguro que debe tener otros clientes con mi apellido, incluso mi vecino de frente a casa a quien usted también le deja el diario ¡También es López! — El viejo se saca la gorra y se rasca la cabeza — Si, si, tiene razón ¡Pero usted es el López que me debe!
Mientras piensa una sarta de insultos que no dice, Héctor  paga y se va, él no es de faltarle el respeto a la gente. Sube al auto y enciende la radio, faltan diez minutos para el comienzo del partido, tiempo que tardara en llegar a su casa, destapar una cerveza, acomodarse en su sillón favorito y disfrutar del equipo de sus amores. 
Laura su mujer, lo espera con el garaje y el portón principal abierto, las luces encendidas le recuerdan a Héctor que aun es agosto y el invierno no se acaba. Cuando ingresa a la casa un murmullo repentino lo desconcierta ¿Habrá empezado el partido? Un segundo después se corta la luz, Héctor no se reprime esta vez.
— ¡La puta madre que lo pario! ¿Qué más me va a pasar hoy?
Diez minutos más tarde está metido dentro de su automóvil, sufriendo con el relato de Víctor Hugo Morales. Recién a los treinta y cinco minutos del segundo tiempo regresa el suministro eléctrico, el partido lo gana la academia de sus amores por 1-0, enciende el televisor casi a las corridas y en ese mismo instante suena el teléfono. Su mujer que prefirió recostarse en medio del apagón, aun no se levantó, por lo que no tiene otra alternativa que atender al inoportuno de turno.
—Hola… 
— ¡Hola Héctor! ¿Cómo anda? Me imagino que contento con el triunfo de Racing — Es el novio de la nena, piensa en explicarle que todavía no pudo ver un carajo, pero se abstiene porque es quien lo ayudara a armar los andamios al día siguiente.
—Sí, sí, espero que no nos empaten ¿Qué necesitas Sergio?
— Nada, pasa que mañana no puedo ir temprano porque me toca trabajar en la oficina, me avisaron recién hoy a la tarde, sino le avisaba antes. Pero quédese tranquilo que para el mediodía ando por ahí.
—No te hagas problema, te dejo porque quiero terminar de ver el partido.
— ¡Nos vemos mañana suegro!
Cuarenta minutos y en un descuido de la defensa, Independiente empata el partido, Héctor que ya no se aguanta ni a una mosca, se pone a fumar como loco, mientras camina de un lado a otro sin dejar de observar la pantalla. 
— ¡Penal! ¡No se puede creer lo de la defensa de Racing! Una lástima, el partido en el bolsillo, el triunfo casi asegurado y ahora después que realizo todos los cambios se va expulsado Saja, ya que cometió la falta siendo el último hombre. Pillud uno de los defensores se calza los guantes, frente a la pelota el Rolfi Montenegro, es la última jugada del partido, camina con las manos en la cintura….uno, dos… ¡Goooooool! 
Héctor que no lo puede creer, apaga el televisor y se marcha derechito a su dormitorio, en el camino se cruza a su mujer, pero ni la registra, y así se acuesta, presuroso porque el sueño llegue lo antes posible.
Al día siguiente se pasa toda la mañana armando el andamio, el sol pega fuerte y para cuando llega el mediodía, no solo está cansado, con dolor de espaldas y haciendo equilibrio sobre las improvisadas maderas, sino que también le arde toda la cara y los brazos, el sol le dio de lleno durante toda la mañana. El yerno aparece con su hija casi a la una de la tarde, Héctor se contiene y no dice nada, pero le llama la atención la renguera de Sergio y cuando tiene la oportunidad, le pregunto a Lucia.
— ¿Qué le paso a Sergio que anda rengueando, hija? 
— ¡Ni me hables papa! Anoche se fue a jugar a la pelota y lo trajeron los amigos ¡No podía ni caminar! Pero me quede tranquila, porque me aviso que ya había hablado con vos y  le dijiste que no lo necesitabas, que Jorge te dejaba los andamios y antes de irse te ayudaba a armarlos ¡Menos mal! 
Héctor no almuerza, ignorando los insistentes llamados de su esposa e hija, Sergio es el único que se queda a la mesa y disfruta del almuerzo preparado por su querida suegra. Extrañamente apenas termina con el postre, recibe un llamado de su padre y se disculpa por tener que retirarse sin ayudar al pobre Héctor.
Seis de la tarde y parece que son las ocho de la noche, la oscuridad viene avanzando y Héctor puede percibirla, hace un esfuerzo y le da los últimos retoques a la pared, ya en el piso y lejos del andamio todo parece más sencillo. Logra juntar todas las cosas, pero deja el andamio armado, lo desarmara en la mañana del domingo, eso sí, lo hará después de disfrutar el desayuno leyendo el diario, como siempre.
La tormenta se desata con toda la furia, pero no viene sola, caen piedras y el viento para desgracia de Héctor, derriba el andamio exactamente sobre las rosas de su esposa. Claro que todo ese espectáculo recién lo descubre en la mañana, cuando sale al patio en busca del diario. Pero eso no es todo, de la pared blanca solo queda una capa transparente de pintura lavada, el resto blanquea parte del césped ¿El diario? No lo encuentra, y eso que revuelve las pocas plantas que se salvaron del desastre ¡No esta! ¿Afuera, en la vereda? Quizás este allí, sale en chancletas, camina hacia la derecha, nada, camina hacia la izquierda, nada. Siempre mirando el piso, como quien busca una moneda, pero el gran diario argentino no está en ninguna parte.
— ¡Héctor! ¿Qué se te perdió? — es su vecino de enfrente, que lo saluda con una mano en alto, mientras en la otra sostiene un diario.
— Busco el diario Miguel ¿Puede ser tan boludo este tipo, que se olvidó de dejármelo?
—Puede ser, Antonio ya está grande. Mira cómo será que le dije que no me lo deje más  y me lo sigue trayendo ¡Eso que el mes pasado no se lo pague! ¡Así se va a fundir!
— No lo creo  ¡Debe haber algún boludo que lo está pagando por vos!
— Capaz que si ¿Che porque no le diste con pintura de la buena? Eso se ve que era cal blanca nomas ¡Así no vecino!
— ¡Ándate a la puta que te pario! 
Héctor se sube así como está a su auto y sale derrapando del garaje, tiene pensado pasar por la ferretería, el kiosco de revistas y también por el vivero, pero eso será a lo último, cuando este regresando…le espera un largo domingo con su mujer.

  

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